‘Flora y fauna, auténticos local players’, por Alejandro Nagy

Cualquier campo de golf es algo más que un conjunto de hoyos por los que disfrutar caminando, o peregrinando, detrás de una bola. Es una extensión de terreno con unas características muy particulares, un área natural y antropizada al mismo tiempo, una zona en la que conviven seres humanos con flora y fauna de distinto tipo.
De las aproximadamente cincuenta hectáreas que cubren un recorrido de dieciocho hoyos de diseño moderno (los campos clásicos son más pequeños, alrededor de treinta hectáreas) aproximadamente el 50 % de su superficie corresponde a tees, calles y greens, y el otro 50 % al rough. Las zonas de alta intensidad de juego son superficies plantadas con especies cespitosas que presentan una escasa tasa de biodiversidad al tratarse de un “cultivo” monoespecífico (exceptuando alguna especie invasora, plaga o similar) que acoge a muy pocas especies animales en él. Sin embargo, la biodiversidad aumenta notablemente según nos alejamos del fairway, siendo apreciables en el rough distintas especies de herbáceas e insectos y llegando a niveles sorprendentes en las zonas teóricamente libres de juego (hazard, riachuelos, lagos, bosques, etc.).
Es decir, una gran parte del club (si incluimos las zonas adyacentes de montaña, costa, bosque, rivera y demás) tiene la capacidad de acoger diversas especies de flora y fauna, tanto autóctona como alóctona o migratoria, y hacer aumentar la riqueza del entorno en el que se encuentra ubicado. Cada campo de golf posee, aunque a veces no se sepa, sus propios “inquilinos naturales”. Es por ello que la gestión de la vida salvaje en los campos de golf es un aspecto que debe tenerse muy presente a la hora de diseñar (adaptando el diseño a las condiciones naturales de la zona y no al contrario), construir (respetando los ciclos vitales de la flora y fauna local), gestionar (fomentando el conocimiento de las especies naturales y el respeto hacia ellas) y mantener (realizando prácticas lo más sostenible posible) cada recorrido.
Los greens del nueve y del dieciocho del Centro Nacional de Golf, empatados
La gran mayoría de campos de golf de España poseen algún elemento natural característico, ya sea por la presencia de poblaciones estables de alguna especie de flora o fauna significativa o por la visita temporal de alguna especia migratoria. La alta tasa de biodiversidad que poseen la Península Ibérica y los archipiélagos balear y canario se ve reflejada en sus campos de golf, especialmente en aquellos ya maduros que han “encontrado su ritmo”.
Las nutrias (Lutra lutra) del Real Club Valderrama, los cuervos (Corvus corax) del RCG La Herrería, los dragos (Dracanea draco) del Real Club de Golf Las Palmas, los lagartos gigantes (Gallotia stehlini) de Maspalomas Golf, los variados cactus de Desert Springs, los pinos piñoneros (Pinus pinea) de Novo Sancti Petri, por citar algunos, son ejemplos de elementos naturales presentes en los recorridos y que en ocasiones nos sorprenden al aparecer durante el juego… o que lo condicionan al intervenir en el planteamiento del golpe.
Otros ejemplos son más cercanos y simpáticos. Durante los meses de julio y agosto muchos de los golfistas que han desafiado al calor y han acudido a practicar al Centro Nacional de Golf han sido testigos de una curiosa procesión ya que una familia de patos (más concretamente de cercetas comunes Anas crecca crecca) que nidificaban en el lago del green del hoyo nueve, al parecer preferían el lago del green del hoyo dieciocho para pasar la jornada. Cada vez que cruzaban de uno a otro se les pudo ver paseando tranquilamente por el putting-green situado sobre el tee del diez, sobre todo cuando eran demasiado jóvenes para volar.
Durante estos días en los que la familia iba en una fila más o menos ordenada se pudo presenciar igualmente el curioso fenómeno denominado impronta, aspecto estudiado y desarrollado por el padre de la etología (ciencia que estudia el comportamiento animal) Konrad Lorenz. La impronta es la capacidad que poseen las crías de la mayoría de animales para identificar a los adultos y aprenden de ellos todo lo necesario para sobrevivir. En el caso de los patos y otras anátidas este aprendizaje se inicia al reconocer como “madre” al primer objeto móvil que ven al eclosionar el huevo (sea o no su verdadera madre) y a seguirle allá por dónde vaya.
Además de esta familia de cercetas se han identificado en el Centro Nacional de Golf la presencia de otras especies migratorias en los lagos del campo, así como liebres, conejos, perdices y en algún momento puntual gatos monteses procedentes del contiguo Monte de El Pardo. Los terrenos en los que se asienta el campo, que antes se encontraba una escombrera, un terreno prácticamente estéril, han conseguido aumentar notablemente su capacidad de acogida de flora y fauna y, por lo tanto, aumentar su biodiversidad.
Características básicas de las áreas de vida silvestre
Las áreas de vida silvestre de un campo de golf son tanto naturales como creadas por el hombre. Los bosques maduros, los ríos y riachuelos que se encontraban en el terreno antes de la creación del campo aportan mucha de la riqueza biológica del entorno y sirven de “fuente de individuos” para las áreas planteadas dentro del campo por su diseñador. Estas áreas deberían cumplir una serie de requisitos básicos para poder garantizar la acogida de nueva flora y fauna:
- Las áreas de vida silvestre deben ser lo más grandes posible. Es preferible, por ejemplo, una única área de mil doscientos que cuatro de trescientos metros cuadrados.
- Localizar áreas de vida silvestre en escarpes, humedales, riachuelos, estanques, bosque y otros elementos similares en los que las poblaciones puedan encontrar alimento y protección.
- Establecer límites curvilíneos para los hábitats de vida silvestre tratando de evitar también delimitaciones muy marcadas.
- Ubicar áreas de vida silvestre cerca de otras áreas ya existentes, fuera o dentro del recorrido, que permitan la movilidad de individuos.
- Crear corredores ecológicos (zonas de paso) entre distintas áreas y mantener los ya existentes.
- Maximizar la anchura de las generalmente largas y estrechas áreas de vida silvestre.
- Ubicar los hábitats de vida silvestre lo más cerca posible de elementos de agua y lo más lejos posible de zonas de alta actividad humana.
Estas recomendaciones ayudan a alcanzar el objetivo de atraer y conservar distintos elementos de flora y fauna al recorrido y así dotarlo de personalidad propia. Si están bien trazadas, antes o después éstas áreas se llenarán de vida. Pero el esfuerzo de seguir estas pautas a la hora de diseñar, construir, gestionar o mantener el campo se quedaría en nada si los jugadores no prestasen su colaboración. Jugar los dieciocho hoyos de forma respetuosa, alterando lo mínimo posible a los habitantes naturales del campo, es una gran manera de contribuir a la conservación de su biodiversidad.
Cuando juegas en tu campo, ¿observas movimientos de fauna? ¿Cuál es el animal más curioso con el que te has tropezado buscando una bola? ¿Te has dado cuenta de la variedad de árboles, arbustos, herbáceas y flores que puedes observa en cada tee?
Alejandro Nagy es fundador de golfindustria.es.