‘¿Limitar la bola de golf para proteger los campos? Definitivamente, sí’, por Gonzalo Fernández-Castaño

Fue en octubre del año 2000, jugando una vuelta de prácticas con Sergio García del entonces Abierto de Madrid, cuando tuve mi primer contacto con la nueva bola.
Aquel prototipo, una bola blanca sin marca ni logo, enfundada en una caja también blanca, nada tenía que ver con la Tour Balata o la Tour Prestige que jugábamos entonces. Tenía un sonido diferente, una trayectoria más alta y, sobre todo y más importante, era notablemente más larga. Todo ello conservando el toque y agarre alrededor de green.
Pocos sabíamos en ese momento que el golf que por aquel entonces conocíamos las generaciones nacidas en los setenta y ochenta, iba a cambiar para siempre. Y es que la aparición de la Titleist ProV1 supuso un antes y un después en el golf ‘moderno’, como en su día pasó con la transición de la bola Feathery a la Gutty en 1850.
Ha sido esta semana cuando la USGA y la R&A han decidido por fin poner límite al vuelo de la bola. En los últimos años, la distancia media ha aumentado considerablemente, pasando de un promedio en el PGA Tour de 256 yardas en 1980 (primer año en que las estadísticas de distancia del PGA Tour están disponibles), con Dan Pohl liderando este parcela con 274 yardas, a una media de 290 yardas en 2022 y su líder, Cameron Champ, promediando 307 yardas desde el tee. Un aumento de treinta y cuatro yardas en cuarenta y dos años, aproximadamente a una yarda por año.
Esta charla ha estado encima de la mesa desde hace tiempo y finalmente las dos entidades que rigen el golf a nivel mundial han decidido actuar. Medidas menores, como limitar el tamaño de las cabezas a 460 cm3 y la longitud de los drivers a cuarenta y seis pulgadas, ya fueron implementados años atrás con resultados poco visibles.
Con la nueva regulación, a partir de enero de 2026 cualquier competición de élite podrá implementar esta Regla Local Modelo que limita el vuelo de la bola. Una norma opcional enfocada únicamente al golf de élite y no al amateur. Será una bola de golf sustancialmente más corta, similar en distancia a la que estaba disponible en la década de los noventa. Dicen los expertos que este ‘retroceso’ en la bola solo afectará entre un 5 % y un 10 % al vuelo de la misma, que se verá traducido en una pérdida de entre quince y veinte yardas con el driver.
Desde mi punto de vista, la decisión es correcta pero insuficiente ya que no erradica el problema de raíz y sólo abarca uno de los factores implicados. No cabe duda que los actuales profesionales de golf son auténticos atletas, capaces de cargar cientos de kilos en el gimnasio y mover el palo a velocidades nunca antes vistas. Pero son los palos, varillas, y las bolas actuales los que permiten que esos jugadores puedan ser tan agresivos en su swing.
Drivers de cabezas desproporcionadas y permisivas, con ‘puntos dulces’ mucho más grandes, y curvaturas en la cara (Bulge y Roll) que minimizan los errores y permiten que estos jugadores puedan ir al 200 % en cada golpe. A diferencia de las antiguas ‘maderas’, donde un golpe fuera del diminuto sweet spot, ya fuera en el talón o en la punta, suponía una considerable pérdida de distancia, así como una desviación mucho mayor, los actuales drivers son mucho más tolerantes a ese tipo de errores.
Pero, ¿qué problema hay en que la bola vuele por encima de las trescientas yardas, se preguntarán algunos? El principal motivo es proteger los campos. Por un lado, no es sostenible seguir construyendo campos de golf cada vez más largos para atender las actuales demandas del juego de los grandes pegadores. Mayores necesidades de terreno, y por supuesto, mayores superficies que regar, mantener y que, por supuesto, recorrer, con los inconvenientes que eso genera.
Además, no todos los campos tienen el espacio suficiente para poder alargar sus recorridos. No es agradable ver campos clásicos, obras de arte como Augusta National o el Old Course, poniendo nuevos tees en zonas que hasta hace no mucho estaban fuera del los límites del campo. Obras maestras de MacKenzie, Ross, Colt, o de nuestro Javier Arana, no pueden caer en la obsolescencia debido a los desorbitados vuelos de bola. Es también deber de las autoridades del golf protegerlos para que estos puedan seguir albergando competiciones del más alto nivel, fin para el que fueron originalmente diseñados.
Jugar con un conjunto unificado de reglas es una parte esencial del encanto del juego del golf, ya que contribuye a su comprensión y atractivo global. El poder jugar el mismo campo que Jon Rahm, desde los mismos tees, con sus mismos palos y bolas, es un bonus que no ocurre en otros deportes. Es por ello que no me convence la idea de reglas diferentes para jugadores de elite y jugadores ‘recreativos’.
Sin embargo, creo que la nueva normativa se ha planteado muy bien estratégicamente. La USGA y R&A controlan dos de los cuatro Majors, así como los mejores torneos amateurs del mundo. Está previsto que, en una semanas, Augusta National también se pronuncie a favor de implementar la Regla Local Modelo en su torneo a partir del 2026. Los jugadores querrán llegar preparados a las cuatro grandes citas del año y jugar también en sus semanas regulares con la ‘bola corta’, por lo que los circuitos tendrán que amoldarse a la regla de inmediato.
Mi predicción es que, poco a poco, la ‘bola corta’ irá ganando terreno a todos los niveles, incluido el golf recreativo, y solo será cuestión de tiempo que nos olvidemos de las bolas de largo alcance conocidas hasta la fecha.
No lo olvidemos, aún con la nueva bola, los pegadores seguirán siendo pegadores pero el golf será más variado y entretenido ya que veremos todos los palos de la bolsa siendo usados durante la vuelta (no solo los wedges y hierros cortos) y muchos más campos volverán a ser competitivos y desafiantes otra vez.
¡Bravo USGA y R&A por un gran primer paso!
Gonzalo Fernández-Castaño es jugador profesional de golf y asesor del estudio de arquitectura de campos de golf Clayton, DeVries & Pont.